sábado, 19 de abril de 2008

Tim Buckley | Happy Sad


En la película Ratatouille escuchamos quizá la mejor definición de lo que puede ser la afición para un crítico en la voz del personaje Anton Ego. Cuando se le hace referencia a su extrema flacura, Ego responde “Es que a mí no me gusta la comida; me apasiona. Y si no me apasiona, no la trago”. Con la música nos pasa lo mismo; a veces pareciera que ya no hay nada que escuchar. Sin embargo, en ocasiones aparecen en nuestros oídos voces y melodías que nos hacen presa de una gula escandalosa. El descubrimiento de la música de Miles Davis y John Coltrane y esa maravilla que es Kind of Blue; la trilogía mercurial de Dylan (Bringing It All Back Home, Highway 61 Revisited y Blonde On Blonde); los discos de Neil Young en los primeros años de los 70; esas gemas de Jeff Buckley que son Grace y Live at Sin-é y de su padre Tim, Happy Sad.
El trágico sino de estos dos últimos da para un cuento aparte; ambos, poseedores de una voz prodigiosa y de un genio creador impresionantes, vieron sus carreras y vidas truncadas a corta edad. El padre, Tim Buckley, en pocos años mostró un afán experimentador y una producción discográfica sólo posibles en un periodo como el que providencialmente le tocó vivir.
Los años 60 fueron quizás el periodo más prolífico para la música popular en Norteamérica. El jazz, el rock y el folk, entre otros, parieron obras magníficas, creando nuevos senderos y marcando hitos que todavía cuesta alcanzar. La deconstrucción de las formas tradicionales del jazz en las manos, labios y pulmones de Davis, Coltrane y Coleman; el desarrollo de la psicodelia por la movida de California; el noise y la poesía beat neoyorkinos entre Velvet Underground y Bob Dylan y alguna que otra rareza de belleza inaudita como la que ocupará las líneas que siguen, son hebras de una misma cuerda.
Buckley fue un caso raro. Dueño de una voz con un registro amplísimo y de hermoso color eligió una banda y poco usual para el folk: guitarra, bajo, teclados y congas acompañadas por vibráfono y marimba; base que le permitía balancearse como un funámbulo en casi perfecto equilibrio entre el sentimiento más sublime y la lujuria con una pértiga de folk music sobre jazz modal y exploraciones en el free inaugurado por Coleman diez años antes.
Happy Sad; su tercer trabajo, lanzado en 1969 es una buena muestra de lo anterior. En seis canciones Buckley da rienda suelta a su ansia de experimentar y buen gusto musical fusionando estilos casi antagónicos. ¿Cómo conciliar la negritud de Miles Davis con una música tan propia de “blancos” como el folk? La respuesta no quedó soplando en el viento. Imagino lo que habrá sido sentir que la aguja del pick up se posa sobre ese negro vinilo y comience a sonar la base de All Blues de Davis en vibráfono y guitarra y sobre ella la voz de Buckley: Tengo un extraño sentimiento en lo hondo de mi corazón… el libre acoplamiento de la banda, alternando solos de guitarra y vibráfono; la voz flotando por encima con ese registro multioctava. Casi ocho minutos de asombro y gozo constantes. Los temas que siguen no se quedan atrás, (Buzzin’ Fly; Love from Room 109 at the Islander (On Pacific Coast Highway)), amalgamas de folk, psicodelia, jazz y blues; sentimiento y lujuria. La sensación de internarse en espacios desconocidos, en aquellas zonas blancas de los mapas de fines del siglo XIX; Burton y Speke acercándose a las Montañas de la Luna descubriendo las fuentes del Nilo, hasta llegar a Gypsy Woman y sus 12 minutos de espesura y humedad. La cima y luego la dulzura y calma de Sing a Song For You, casi una coda de poco más de dos minutos que sella un disco que debe buscarse, adquirirse y disfrutarse en sucesivas escuchas.


Happy Sad, Elektra Records 1970.

1 comentario:

Amanda dijo...

Y Marco será un buen tío/padrino y le prestará discos de los buckley a la Amanda, ya? 8)
Argh, por qué los grandes mueren jóvenes? u.ú